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Durante dos semanas en Quesada (Jaén), compartiendo talleres y experiencias muy enriquecedoras con los demás becarios participantes, se ha desarrollado una nueva pieza para componer la serie de trabajos "Hemeroscopio".
Desde la llegada a los talleres hasta la despedida de Ydañez, se ha recorrido el museo del pintor Zabaleta, se han desarrollado excursiones por la Sierra de Cazorla y hemos podido aprender a reconocer o denominar los diferentes tipos de aceites que produce Jaen.
Sin duda, el entorno y el acompañamiento han hecho de Quesada un lugar de trabajo muy propicio.
Los recorridos por las estrechas calles repletas de macetas hasta llegar al taller construían momentos especiales, momentos de frescor iluminado por las blancas paredes de esas fachadas, de casas amables, arrugadas por la cal del tiempo. Y es que si existe un lugar donde el hospicio del silencio amanece entre lo que aún la luz ha dejado ver, debe significar algo semejante a lo que aquellas ancianas cultivan con savia y amor. Incluso cuando no el silencio presenciaba nada parecía ser perverso, porque ladraba el perro a la vez que las campanas redoblaban, la marcada hora de volver a lo que debería estar haciendo:
"Ni sordas ni cucharas"
Campana y campanario me ascendían aún más en el olvido de mi dedicada labor. Como una costurera la taza de té soplaba porque de humo se calentaba el aire que a su alrededor doblaba.
Como brillaba la campana.
De corte en soplo el brillo señalaba el mojado brillo de la nube blanca, de la nube mojada, de la nube ronca. Tanto que a pompa de pique estuvo mucho tiempo la campana en silencio, pero no porque sordo yo estuviera, no porque sonar ella no quisiera. Más bien es porque el pájaro de nube en mano la agarró con mucha fuerza y tronaba y tronaba, como si la costurera estornudara tras la campana y mientras un niño le golpease la cabeza.
Y es que el té muy caliente estaba aún como para poder sorber sin mover la cuchara.
Más tarde, cuando el perro calla y una ola de mojado brillo enzarza pelea, oscuro de ruido me vuelve absurdo. ¡Sordo, sordo! Sobre mi sentía que el té derramaba. La taza que llena de alfileres consturera me volvía. ¡Sordo, sordo!. Al suelo caían como si todas las campanas del cielo se estrellasen unas contra otras, viendome sobre mí mismo con la taza de té en mano, con la cuchara en la boca soplandole a las nuebes sin que esta se me callera.
Luego el niño para. El sonajero de velas se había apagado y comenzó de nuevo a llorar esperando ser recompensado por su siguiente cumpleaños. Entonces abrió una anciana su puerta, enojada porque tarde amanece, pagando al niño con diez campanas para que su endemoniado llanto no la despeinase tanto. Pero el niño no tenía peine para el sonajero. Y de plumas empuñó la espada con la que de azotes cosió a la anciana esperando que su peluca contra la campana fuese estrellada.
Así, mientras en agosto sopla la campana, las cucharas se doblan porque no existen tazas que puedan hacerlas no girar nunca. Ni sordas ni campanas, las cucharas no soplan en agosto. Ni sordas ni cucharas el té estaba aún muy caliente como para poder sorber sin mover la campana.
Así, mientras en agosto sopla la campana, las cucharas se doblan porque no existen tazas que puedan hacerlas no girar nunca. Ni sordas ni campanas, las cucharas no soplan en agosto. Ni sordas ni cucharas el té estaba aún muy caliente como para poder sorber sin mover la campana.
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